La salvación no vendrá de fuera
Por Carlos Fernández del Cid
Se estima que la Población Económicamente Activa -PEA- en Guatemala es de 7,114,935 según datos recabados en la Encuesta Nacional de Empleo e Ingreso -ENEI- 2019, de los cuales 6,935,863 se encuentran ocupados. De esa cantidad de personas, unos 2,064,391 se encuentran empleados en el sector formal, el cual tiende en su mayoría por la precarización de condiciones laborales y salariales. En el otro espectro del empleo, tenemos a 4,871,472 personas que se encuentran en el denominado sector informal según el mismo informe. Estos datos, nos abren un panorama diferente para entender el impacto que las actuales medidas de aislamiento social, derivadas de la pandemia por el Corona Virus mejor conocido como COVID-19, tienen en la ciudadanía y la impaciencia que empieza a aflorar en el sector informal, el cual a diferencia del gran empresariado, no tendrá acceso a la misma cantidad de estímulos económicos y fiscales anunciados por el Gobierno de Guatemala.
En el otro espectro de la población, tenemos a quienes sobrevivían y/o complementaban ingresos provenientes de las remesas, las cuales en este momento están detenidas en tanto la epidemia ha generado la mayor tasa de desempleo en los Estados Unidos de Norteamérica en la época moderna. Se estima que 6.6 millones personas han solicitado acceso a ayuda de desempleo para inicios de abril de 2020 cuando el COVID-19 empezó a impactar en ese país y con mayor fuerza en la ciudad de Nueva York.
En ese contexto, la cuarentena prolongada es irreal, sobre todo en un país como Guatemala en dónde el sector informal es predominante y el principal activo del país para hacer crecer el Producto Interno Bruto -PIB-, dependía de las remesas. Además, se desconoce la cantidad de personas que han perdido el empleo en el país desde el inicio de la crisis porque el Gobierno de Alejandro Giammattei, emitió Acuerdos Presidenciales que abrieron la puerta para la vulneración de derechos laborales o el despido indiscriminado.
El gran empresariado, ha apostado desde el inicio de la crisis por el retorno rápido a las actividades productivas y lograron mantener funcionando maquilas, call centers, cadenas de restaurantes o centros comerciales aún con el conocimiento que estas conductas de aglomeración de personas, fueron las mismas que ocasionaron el colapso del sistema de salud y económico en países europeos. La holgura que argumentaban algunos empresarios era que el COVID-19 estaba impactando únicamente en adultos mayores y que Guatemala, por su bono demográfico, era de alguna manera inmune a los impactos del virus. Solamente la presión social a través de múltiples denuncias que llegaron a medios de comunicación electrónicos e independientes, pusieron al descubierto condiciones de hacinamiento y de alto riesgo para las y los trabajadores. Solo después de ello el gobierno no tuvo más opción que cerrar algunas empresas.
Sin embargo y conforme avanza la pandemia en Guatemala, aún no se vislumbra con claridad el retorno a las actividades productivas, sobre todo para el sector informal, que no verá una reactivación automática una vez sean levantadas las restricciones. La razón estriba en que dependen primordialmente del flujo de dinero hacia servicios no esenciales. Además, las medidas de distanciamiento social persistirán. El comercio informal depende de altos flujos de personas y aglomeración, cosa que es poco probable que ocurra sin que exista rebrote de contagios, que nos regresen al mismo punto en que nos encontramos al día de hoy. El distanciamiento social es algo con lo que habrá que aprender a vivir de acá en adelante y por tiempo indefinido.
A pesar de lo antes expuesto, a los países del tercer mundo, nos va tocar “ser pioneros” en el cambio del modelo económico para regresar a la “normalidad” tan pronto sea posible. Es responsabilidad del sector empresarial, sector informal, empleados y ciudadanía encontrar un punto de equilibrio que permita reactivar el mercado interno tan pronto sea posible e iniciar la presión social que sea necesaria, para que los políticos generen el marco legal que permita resolver de manera paulatina las desigualdades, que nos tomará al menos los próximos cien años menguar. Es decir, un plan que se derive de un verdadero y gran acuerdo de nación.
Por ejemplo, China Continental, esa comunista que a muchos hace roncha, es consistente y da pasos sustantivos para reducir la pobreza. Se sabe que ese país tiene planes de desarrollo integrales para los próximos cien años. Entonces, sí se puede planificar para muy largo tiempo. Tema aparte es si el sistema político/gobierno que tiene China es el “mejor”, cuya discusión es estéril porque del comunismo chino se pueden decir los mismos horrores y errores del capitalismo, pero algo queda claro, China ha sido más efectiva sacando a sus ciudadanos de la pobreza y pobreza extrema. Les falta aún mucho camino por recorrer, pero nos llevan ventaja porque se pusieron a trabajar en resolver.
Los modelos occidentales ya demostraron ser ineficientes y quizá es tiempo de probar algo diferente como una alternativa para salir de nuestra crisis. Como ya se ha explicado, el sistema financiero sostenido en remesas ha colapsado y a esto debemos sumar que tampoco hay mercados alternativos para abrir el comercio exterior, elemento que podría oxigenar al sector agroexportador, pero que no ocurrirá. Se estima que en los meses de invierno habrá un repunte del virus en todo el planeta, que obligará a cerrar todas las fronteras nuevamente. El escenario es de aduanas abiertas y cerradas de manera intermitente, con lo cual no hay sistema de comercio preparado para semejante reto.
Nos va tocar salir del hoyo por nuestras propias fuerzas y se llama mercado interno. Acá no hay cooperación que alcance, ni programas de financiamiento internacional que resuelvan nada o fondos gubernamentales que alcancen para todo. La realidad es que las políticas de desarrollismo que cobraron mayor fuerza en Guatemala en los años del postconflicto (90´s) fracasaron y volverán a hacerlo. Recurrir a ese esquema es la crónica de una muerte anunciada, porque la “oenegización” de la solución a la pobreza, solo generó burocracia y corrupción, eso sí, de la mano de un Estado y funcionarios igualmente podridos. Si tienen dudas de ese fracaso, revisen los informes de Desarrollo Humano que emite el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- y verán que las condiciones permanecen intactas con el paso del tiempo: desnutrición, muerte materno infantil, falta de acceso al agua, salud pública precaria, etc. Por esas y otras razones, la muerte en Guatemala lleva la delantera.
Entonces ¿hay que ponerle fin a la cuarentena? aún no. Pero hay que tener una hoja de ruta clara para el momento en que se levanten las restricciones, cosa que muy probablemente ocurra en corto tiempo, porque la verdadera presión social para el gobierno de Alejandro Giammattei no vendrá de las redes sociales o empresarios, sino de las áreas empobrecidas en las cuales el principal dilema es no morir de hambre. Es solo cuestión de tiempo para que veamos estallidos. Es por ello que es urgente un verdadero plan de rescate y que priorice el comercio interno, porque el externo ya no existe.