La antropóloga Irma Alicia Velásquez Nimatuj recibe el Premio Martin Diskin
La antropóloga maya K’iche´ Irma Alicia Velásquez Nimatuj, profesora invitada Tinker en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Stanford, recibió el premio Martin Diskin Lectureship, de la Asociación de Estudios Latinoamericanos y Oxfam Américas (LASA/Oxfam, por sus siglas en inglés).
Este premio le fue otorgado a la antropóloga guatemalteca el 15 de mayo en el marco del Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) de 2020, que se lleva a cabo a través de plataformas virtuales debido a la pandemia provocada por la COVID-19.
En su discurso de aceptación del Premio Martin Diskin, la antropóloga cuestionó el rol de la academia en situaciones críticas que afectan al ser humano, como la pandemia.
“Hoy la pandemia nos señala uno de los errores de la humanidad y de la academia, donde lo importante no ha sido cuánto ha avanzado el conocimiento, ni cuántos premios nobeles se han alcanzado en la ciencia, sino lo poco que la ciencia ha sido puesta al servicio de la humanidad”, expusó Velásquez Nimatuj.
En su discurso también denunció los atropellos de los Estados a los pueblos indígenas irrespetando sus derechos establecidos en el derecho internacional. “Ningún Estado, rico o pobre, del primer o del tercer mundo, respeta el derecho que tenemos como pueblos al consentimiento previo, libre e informado y a la consulta de buena fe garantizado en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo”. .
El Premio, es un homenaje a Martin Diskin, que fue miembro de la Asociación de Estudios Latinoamericanos y Oxfam América. “Fue un ferviente defensor de la justicia y criticó públicamente la política exterior de los Estados Unidos en América Central y Cuba”, se lee en la publicación de LASA en su página de internet.
Reproducimos a continuación el discurso completo de la doctora Irma Alicia Velásquez Nimatuj al momento de recibir el premio Martin Diskin.
Buenas tardes, hermanas, hermanos, compañeros y colegas. Quisiera empezar agradeciendo este honor. El premio Martin Diskin, que otorga anualmente LASA y Oxfam es importante porque subraya un elemento esencial pero muchas veces ausente de la academia, que es el activismo comprometido con causas que buscan el bien colectivo.[1] Muchos de mis predecesores en este honor han dado ejemplo de vida de cómo conectar la academia con el trabajo participativo y de acción, así como de las lecciones que podemos aprender con el correr de los años. Sin embargo, como nos encontramos en un momento histórico para la humanidad, dada la pandemia de la COVID-19, este reconocimiento me ha hecho reflexionar sobre la necesidad de que el activismo no sea solo una adenda en algunas disciplinas o un elemento para mejorar currículos o carreras, sino una prioridad para poder aportar a un mundo que nos advierte hoy, sobre las luchas futuras que libraremos sino logramos construir alternativas al actual sistema regido por un capitalismo voraz, despiadado y extractivo que les robará el futuro a nuestros descendientes.
Este momento histórico que estamos viviendo todos en las cuatro esquinas del mundo, está sirviendo también para revelar que las extremas desigualdades no se encuentran solo en los barrios marginalizados y excluidos de nuestros países del llamado “tercer mundo”, sino también en los mismos espacios académicos e institucionales que habitamos, muchos de los cuales están aquí en el “primer mundo”. Por lo tanto, hablar y honrar el activismo, la inclusión, la justicia social, los derechos humanos y la generación del conocimiento al servicio de la humanidad, temas que Martin Diskin defendió durante su vida y su carrera de forma oportuna y necesaria, quisiera decir que hoy, requieren, también, de repensar la organización de instituciones, universidades, departamentos y hasta de conferencias, que la mayoría de veces dejan fuera a los intelectuales verdaderamente orgánicos de las luchas, aquellas hermanas y hermanos sin títulos académicos, y a muchos generadores de pensamiento y acción local de nuestros países y comunidades que entregan literalmente la vida por defender la sobrevivencia de sus pueblos.
Desde la invasión española, a finales del siglo XV, este continente se ha debatido, en crear o recrear espacios territoriales en donde nunca se ha dejado de luchar por sobrevivir en medio de agudas opresiones coloniales y neocoloniales, que han sido feroces, por eso, han logrado desaparecer a cientos de pueblos originarios y en otros casos, diezmar a los que sobrevivieron. Hoy en el Tzolk’in, uno de los calendarios mayas de mis ancestros, guardado y transmitido de manera práctica de una a otra generación, es el día Keb’ Iq’. El Keb’ tan unido a mi vida presente y el nawal Iq’, que alumbró mi nacimiento. No es, entonces, casualidad que ambos coincidan en este día para acompañarme frente a esta responsabilidad. Mientras en el calendario gregoriano es viernes 15 de mayo. El tiempo en ambos calendarios registra que el número más alto de personas fallecidas por el contagio de la COVID19 está en el territorio de Abda Yala[2]. Y dentro de Abda Yala, es Estados Unidos la nación que todo el mundo observa porque lidera el número de personas contagiadas y fallecidas, números que han crecido exponencialmente desde enero de este año por el letal virus.[3] Así la nación más rica del mundo, la nación más poderosa, la más armada de esta época que invierte anualmente más de 700 millones de dólares para gastos de defensa, está siendo afectada por un virus que no vemos, pero cuya transmisión está atacando agresivamente a poblaciones focalizadas. [4] Y nos encontramos con que la potencia más grande de la humanidad no tiene la capacidad para dar respuesta a sus ciudadanos.[5]
Pareciera entonces, que el poder del hombre blanco junto a sus símbolos está quedado desmitificado, aquí se evidencia una vez más que el patriotismo xenófobo, de estos tiempos, elevado como un faro en el marco de las ideas para el mundo, no sirve de mucho cuando se alienta a través de los medios de comunicación hegemónicos y las redes sociales que han servido para adormecer o manipular colectivamente las conciencias. Aquí se cumplen las proféticas palabras del Gran Jefe Seattle del Pueblo Swamish, que en 1854 envió una carta al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce, en donde advertía que el hombre blanco que contaminaba su lecho perecería contaminado en sus propios desechos, caminando así, hacia su autodestrucción.[6] Como lo advirtió el Jefe Swamish, hoy estamos viendo el final de la vida autodestructiva y empezamos a recorrer el inicio de la época por la sobrevivencia. En estos momentos, desde los epicentros, no hay héroes ni heroínas nacionales que salven a los que están colocados en los escaños finales de la pirámide racial, por eso, las personas que están pereciendo, son miembros de las poblaciones afrodescendientes, hispanas, y miembros de las Primeras Naciones que fueron despojados de sus territorios y hoy viven abandonados por el Estado. Y dentro de la categoría de hispanos, un número de ellas y ellos son originarios de los pueblos indígenas de América Latina que se vieron forzados a migrar.
Observamos una vez más que a los de abajo nadie los salva, nunca serán prioridad. Para ellos no se escriben finales felices. Por el contrario, ellas y ellos, son los permanentes desclasados sociales, los caídos en guerras, los que son arrasados en los desastres naturales y los que ahora llenan los hospitales por la COVID-19, que ahora fallecen en absoluta soledad y cuyos cadáveres nadie reclama, por eso, terminan amontonados en camiones aparcados en calles y avenidas de ciudades cosmopolitas. En momentos de crisis humanitaria, como éstos, es cuando se evidencia que los de abajo, ni siquiera pueden aspirar a ser enterrados en fosas comunes.
De igual manera, las banderas blancas de las millones de personas que a lo largo de Abda Yala están siendo agitadas pidiendo no morir de hambre no son sino la materialización de las mujeres y de los hombres invisibles que ahora salen en los medios de comunicación porque están emergiendo de los barrancos o de las limonadas de las ciudades o de las comunidades que han sido esquilmadas.[7] Estas banderas blancas desnudan las estructuras de exclusión que en tiempos “normales” son escondidas por fraudulentas políticas laborales o caritativas que son estatales o privadas, pero que son falsos paliativos porque mantiene a sectores completos en la línea de la subsistencia, justo para que no mueran porque el sistema económico necesita de su fuerza laboral para seguir aumentando la riqueza de las oligarquías nacionales y de la elite mundial. Y a pesar de eso, muchos de los hombres y mujeres pertenecientes a estos sectores pobres o de clase media, creen en este sistema explotativo, quizá los ejemplos más brutales los podemos observar en Brasil y Estados Unidos.
En países profundamente estratificados, como los de América, donde la brecha entre la opulencia y la pobreza no ha dejado de ensancharse, crisis humanitarias como la actual no hacen sino combinarse con otras explosiones sociales.[8] Yo nací en uno de esos países y crecí observado esos extremos: entre los pocos que acceden a los centros exclusivos de formación, frente a las mayorías que a penas terminaron la primaria en una escuela que en verdad era una galera a punto de caer y aun así, el Estado la registraba como parte de la cobertura educativa; entre los que se alimentaban tres veces al día, frente a quienes comían lo que podían; entre los que tenían acceso a la salud a través de planes privados comprados en un avorazador mercado, frente a los que no tenían ni un centro de salud a donde acudir para salvar sus vidas. En esta permanente inequidad no se puede esperar que quienes se encuentran en el lado en donde han recibido lo peor, lo poco, o las sobras del sistema, puedan sobrevivir. No hay forma, no existen los milagros para ellas y ellos a pesar de su profunda fe, que es muchas veces lo único que los sostiene, no tienen cómo, porque ellas y ellos no han tenido el derecho a tejer un colchón de seguridad mínimo, especialmente porque incluso, la seguridad colectiva de sus comunidades ha estado siendo minada.
Frente a esto, los Estados en América Latina son sistemas políticos profundamente elitistas, racistas y patriarcales, que nos han sido vendidos como “democráticos” pero que han sido articulados por infinidad de viejas y nuevas instituciones que pocos de los ciudadanos aprenden a manejar, algunos llegan a conocer algunas secciones porque trabajan allí o porque necesitan usarlas. Por eso, no salimos de la época de las crisis del sistema “democrático”, porque fue creado para no funcionar, para enredarnos la vida y mantener a millones de seres humanos embarullados, alienados y alejados de la resistencia, y de formas de vida humanas. Al final, las pequeñas pero poderosas elites políticas y económicas de nuestros países y del mundo, saben que la vida activa de una persona es corta, por lo tanto, el reto es mantenernos distraídos, controlados o divididos durante esos años porque del resto se encargan las enfermedades, las adicciones o la desesperanza.
Hoy la pandemia nos señala uno de los errores de la humanidad y de la academia, donde lo importante no ha sido cuánto ha avanzado el conocimiento, ni cuántos premios nobeles se han alcanzado en la ciencia, sino lo poco que la ciencia ha sido puesta al servicio de la humanidad. Por eso, cuando la ciencia es impulsada por los intereses del capital y no por los intereses colectivos, termina trivializada, en salones de universidades, invitada a recepciones en palacios o a sedes de instituciones mundiales, pero alejada de los sectores a quienes realmente debe servir y allí las consecuencias son dramáticas para los que menos han tenido, porque mientras hoy, se continúa preparando la conquista de Marte, avanzando en la construcción de un campamento en la Luna, aquí en la tierra nunca se invirtió ni se preparó a los Estados y menos a los cuerpos de salud para enfrentar enfermedades como ésta. Nunca se proveyó a los hospitales públicos con equipos o instrumentos necesarios. Al contrario, desde Utqiaġvik, en Alaska hasta Ushuáia en Argentina, Tierra del Fuego, año con año, lo poco que queda de los servicios públicos se han ido desmantelando bajo el argumento de que lo público no sirve y que lo privado es lo único y es lo mejor. Por eso, se entregaron los mejores activos estatales a empresas privadas y a cambio se instauraron servicios de electricidad, agua potable, carreteras, transporte, telefonía entre otros a precios impagables, que solo han empobrecido a las naciones. En momentos como éstos de poco sirve un viaje más a la Luna si en la Tierra miles de personas están muriendo por la falta de un ventilador. Las prioridades siempre han estado al revés, pero hoy las vemos claramente frente a nuestros ojos, pero nosotros también somos responsables porque hemos aceptado al quedarnos en silencio, sin actuar o al aceptar los sistemas podridos para que nos gobiernen y al seguir manteniendo a verdaderos corruptos en el poder.
Los centros de poder mundial que han controlado la ciencia y la investigación tenían conocimiento de que se preveían pandemias de esta magnitud en base a las enfermedades infecciosas que mostraron que el ser humano es una incubadora humana y que atacaron a Malasia en 1999, Nigeria en 2004 y 2014, India 2018, la China en 2002, entre otros países con contagios de virus agresivos y mortales. Sin embargo, aunque algunos especialistas e investigadores han intentado levantar su voz, el mundo y las potencias se han rehusado a escuchar. Por eso, a la llegada de la COVID-19 había muy pocos países en el mundo con la capacidad de enfrentarlo no solo en los hospitales sino, además, en términos de medidas sociales, culturales y psicológicas, y como resultado ahora vemos a los sistemas de salud y las morgues colapsadas, en América Latina el caso dramático es el de Guayaquil en Ecuador, pero también a ciudades y países con poblaciones sumidas en una crisis económica y emocional de sobrevivencia y desesperación.[9]
Pero ¿Por qué no se dio la voz de alerta?, ¿por qué no se preparó al mundo y a las instancias médicas para lo que estamos viviendo y viendo en directo? La respuesta esta en las planas de los principales periódicos del mundo, en los centros de pensamiento, en las universidades, en los ministerios de economía y de hacienda que nos informan directa o indirectamente que, a la pequeña elite que controla la economía del mundo, que es hoy la más poderosa, no hay gobierno que se le oponga, de hecho, todos los gobiernos que se proclaman “democráticos”, son sostenidos por ese uno por ciento de la población mundial que controla la riqueza de la economía global. Por eso, sabemos que la mayoría o la totalidad de los gobernantes fueron colocados por empresas multinacionales que controlan la millonaria e imparable maquinaria de la producción y el consumo mundial.
Y en medio de la pandemia, la lucha que estamos presenciando ahora mismo en Europa, Asia, África o en América, no es la lucha por ver quien produce ventiladores, no se discute cómo se accede a ellos o cómo se ponen al servicio de los países que están siendo afectados, tampoco es la lucha por ver cómo se protege al personal médico del mundo, o cómo se rompe con esa decisión infernal de tener que negarles a los ancianos un ventilador bajo el argumento de que ya vivieron. No, para nada, la lucha en los países grandes y pequeños es por abrir a la brevedad los mercados. Las primeras planas de los periódicos reportan la urgencia, no de salvar vidas, no de cómo salvar a la humanidad, sino de cómo salvar los mercados. La presión es poderosa, es total, no solo la sentimos sino casi la podemos oler. Por eso, mientras los poderosos y también los pobres quieran recorrer ese camino, será difícil salvar a la humanidad, pero sobre todo será casi imposible salvar a la madre tierra. No tenemos futuro con seudo dirigentes mundiales de este calibre, “ni los ricos ni los pobres tienen lideres” ha dicho recientemente José Mujica. Los pueblos están solos y las personas que no tienen pueblo o no han construido una comunidad, están mucho más solas. Un desafío entonces es como organizarnos frente al capital mundial con inteligencia y sagacidad.
La Covid19 llegó para mostrarnos que llamar estadistas a quienes están al frente de las naciones y que tienen la responsabilidad y obligación de salvar la vida de sus conciudadanos, es una falacia. Por eso, estamos presenciando la decadencia del arte de la política y el fracaso de las naciones, allí esta la Comunidad Económica Europea, enseñándonos que la diferencia de clase es permanente, no es lo mismo Italia que Holanda o Italia que Alemania, y en esa división radica la nula ayuda que dieron a Italia, mientras los dirigentes de los países ricos optaron por observar desde las pantallas de sus ordenadores cómo las y los italianos morían antes que atreverse a tomar acciones inmediatas y concretas, siquiera por humanidad. El mismo presidente de la región de Lombardía, la más golpeada de Italia, Attilio Fontana, afirmaba la primera semana de abril que “la Unión Europea es un proyecto fallido.”[10] Ha quedado registrado para la historia que los países europeos ricos agudizaron la brecha que existe entre ellos y con sus acciones, también las brechas que existen en el mundo, por eso, se negaron a liderar una respuesta común frente al COVID-19 mientras Italia debió apoyarse en Cuba, China y Rusia.[11]
Otro ejemplo de las divisiones sociales y su enraizada estratificación es la India, en donde al decretarse la cuarentena las imágenes nos mostraron ese mar de seres humanos, a quienes llaman “los come ratas” cargando con sus pocas pertenencias, y quienes al quedarse sin trabajo debieron regresar a pie a sus comunidades que quedaban a miles de kilómetros porque era el refugio para aferrarse a la única seguridad social que poseen, mientras el primer ministro Narandra Modi enviaba aviones para repatriar a los miembros de sectores privilegiados que quedaron parados en otros países. Aun en medio de la crisis, los trabajadores pobres, que han hecho rico a un sector del capital trasnacional regresaban a sus comunidades a pie, mientras los sectores privilegiados en cómodos aviones.[12]
Esta es otra lección, el mundo social y político ha caído como en un efecto de domino, no tiene autoridades que estén a la altura de esta etapa por la que empezamos a caminar los seres humanos. Sin embargo, debemos estar alertas porque de lo que aquí se decida dependerá el futuro de la humanidad, de la ruta que se recorra dependerá que la tierra se salve o se continúe destruyendo.
Dicho esto, no sé si el rol de la academia en el mundo es continuar celebrando eventos o es que acaso el momento histórico le asigna ahora la responsabilidad de liderar la reflexión colectiva sobre ¿cómo llegamos hasta aquí?, ¿cómo terminamos viviendo en un momento surrealista que nos predice que el futuro será de máscaras y mínimo contacto humano?, ¿por qué ni nosotros mismos fuimos capaces de levantar la voz, nosotros que estamos permanentemente publicando, viajando, teniendo acceso a información de primera mano? ¿Nosotros también hemos fallado? Porque a la vez que hemos presenciado y registrado las crisis sociales, también nos hemos enganchado en la maquinaria académica que ha creado el mismo sistema económico que cuestionamos.
En estos momentos, en que miles de nuestras hermanas y hermanos están en nuestros países enfrentando el impacto emocional, el daño psicológico, sobreviviendo con el alma golpeada, el trauma aumentado, separados o arrastrando muchos otros dolores permítanme pensar en una academia humana y acorde a la realidad, menos performativa quizá, corriendo menos al ritmo del capital y más al lado, de aquellos seres humanos que individual o colectivamente siempre han levantado su voz frente a la destrucción de sus espacios y entornos de vida. Quiero apelar a una academia que vea a los invisibles no solo para retratar sus miserias sino para caminar con ellos y entender que sus miserias no son precisamente eso, para que realmente los escuchen y para aprender de su sabiduría, tan urgente en este momento, y que será la que necesitaremos para las propuestas de vida que debemos elaborar para desafiar los retos del futuro inmediato.[13]
En este marco, me pregunto ¿es realmente la COVID-19 una pesadilla?[14] Como muchos lo han planteado, ¿es la pesadilla que queremos que acabe? Cada quién tendrá su propia respuesta, pero desde mi espacio, creo que la verdadera pesadilla ha sido el sistema económico mundial en el que estamos sumidos y que nos ha colocada en esta crisis humanitaria, por eso, nunca como ahora la lucha de los pueblos indígenas, que, han vivido permanentemente bajo constantes guerras, genocidios, enfermedades, despojos, arrinconamientos e invisibilizaciones, es clave para intentar salvar a la humanidad. Nunca como hoy, la sentencia de las y los hermanos zapatistas de “nada sin nosotros” cobra tanta vida y certeza, no por “moda académica” sino porque no podrá haber otro mundo sino volvemos a retomar elementos de los mundos indígenas para vivir de aquí en adelante. La COVID revela con dolor y drama las contradicciones e injusticias imperdonables del sistema que los pueblos indígenas han denunciado por 500 años, sin ser atendidas. Y ahora, en vez de tomar la “pausa global” para repensar el futuro, las elites ponen toda su energía en “volver a la normalidad” y en “abrir sin cuestionamiento los mercados.”
Los más de 5,000 pueblos indígenas que están de pie en el mundo a pesar de los diferentes procesos de colonización que enfrentan, han estado enseñando a la academia una y otra vez que la documentación de los hechos por sí sola no tiene sentido, especialmente si ésta solo termina en las bibliotecas y no se genera dentro de un marco de coparticipación y coconstrucción reconociendo y enfrentando las desiguales relaciones de poder que existen entre unos y otros. Es necesario que el conocimiento producido sirva de guía para que vivan todos y no solo los más ricos o los más fuertes.
Por eso, los pueblos indígenas no pueden seguir siendo estudiados bajo las políticas de representatividad e identidad que han sabido conjugar los proyectos económicos con los proyectos culturales y sociales hegemónicos que, hasta hoy siguen prevaleciendo en la academia. En donde se usan los símbolos, discursos o demandas indias pero se dejan fuera a los pueblos de sus propios espacios históricos de poder frente a los desafíos mundiales que han encarado de múltiples formas. Esto implica que no puede seguirse enseñado sobre los pueblos indígenas como si fueran los derrotados ahistóricos, los victimas perpetuas, los pobres mendigos, los indigentes sociales o los perdedores permanentes de la historia. Debe de ser al revés, a los pueblos indígenas hay que ir con humildad a prender más que a enseñar. Los pueblos indígenas están cansados de que a los territorios se llegue a tratar de implementar todo tipo de proyectismo, aunque hayan sido concebidos de buena fe. Están cansados de que su participación sea mediatizada por cualquier medio y que al final sus esfuerzos no se traduzcan en cambios sustantivos que como seres y pueblos aspiran y tienen derecho.
Aún en medio de esta crisis, he encontrado en la casi totalidad de espacios públicos globales una negación racista que ignora las permanentes advertencias y protestas sobre la destrucción ambiental que han mantenido los pueblos indígenas de América Latina. Quienes, a pesar de haber sido los poseedores de todo este territorio, 500 años después y constituyendo alrededor de 50 millones de personas, o poco más del 9 o 10 por ciento del total de la población, viviendo en 826 pueblos, de los cuales 200 han decidido vivir en aislamiento voluntario, son quienes mejor han sabido mantener el equilibrio entre la vida humana, la vida natural y mineral.[15] Gracias a eso, esta región del mundo aún posee una tercera parte del agua dulce que bebemos diariamente. Además, 6 de los 17 países mega diversos del mundo están aquí, y son México, Brasil, Colombia, Ecuador, Venezuela y Perú. Y a pesar de que América Latina solo posee el 15 por ciento de la superficie terrestre resguarda nada menos que el 40 por ciento de la biodiversidad mundial. El hermoso y profundo amazonas con sus 6.7 millones de bosque que aún le quedan nos provee de más de 40 mil especies de plantas que terminan siendo las farmacias de nuestros pueblos, sin esa medicina ancestral muchos de las y los indígenas no estaríamos hoy aquí.[16]
En América Latina los pueblos indígenas han resguardado en sus territorios todos los biomas: lagos, manglares, desiertos y matorrales xerófilos, bosques de coníferas templados y bosques de hoja ancha húmedos, tropicales y subtropicales. Pero la biodiversidad, como bien lo sabemos los indígenas, es una red de vida compleja pero sumamente delicada y frágil, como frágil es hoy la vida humana en el planeta, por eso, se ha exigido el respeto a los bienes de los territorios, porque son vitales para el futuro de la humanidad. Por eso, para la mayoría de indígenas la tierra es nuestra querida madre, es nuestra amada madre, es la que nos recibe al nacer, nos alimenta y provee mientras vivimos y en el otoño de nuestra vida, es la que nos prepara para volver a ella, para confundirnos con ella, enseñándonos sabiamente que apenas somos parte de un circulo que tiene inicio y que tiene fin, por eso, debemos evitar a toda costa que se quiebre, que se rompa, si queremos que nuestros pueblos no desaparezcan.[17]
Y aunque, el grito permanente de los pueblos indígenas no ha cesado en denunciar la destrucción de nuestra casa mundial, hay que aceptar que, aunque a veces si han sido escuchados, no se han asumido acciones concretas de cambio desde los centros de poder. Frente a esto permítanme recordar algunas de las amenazas que enfrentan los pueblos indígenas y los territorios que han cuidado.[18] Primero, el despojo por empresas extractivas, especialmente la minería y la producción de petróleo.[19] En 2013, el 30 por ciento de la inversión directa mundial en minería fue en los países latinoamericanos, por eso, no es extraño que entre el 30 al 40 por ciento de los proyectos mineros de oro y plata de todo el mundo estén en nuestros territorios. Por ejemplo, el gobierno de México en 2010 y 2011 concesionó nada menos que casi la mitad del territorio del Pueblo Wixárika (Huichol) a compañías canadienses para explotar oro y plata. Y estas concesiones estatales han ido en aumento, en el 2015, el 50 por ciento de los proyectos mineros de cobre de todo el mundo estaban en Chile y Perú. Por eso, hoy poco más del 19 por ciento de los territorios indígenas de Latinoamérica están amenazados por la minería. Y el impacto de esta destrucción ha provocado daños irreparables, a partir de 2007 cuando el 30 de la selva amazónica ecuatoriana empezó a ser severamente contaminada luego de la apertura de alrededor de 300 pozos petroleros.[20]
En estos momentos en que los precios del petróleo mundial están en los suelos para los ecosistemas y los pueblos indígenas no ha significado una pesadilla de la que se quiera salir sino un respiro. La tierra, nuestra madre ha descansado de nosotros, por eso, las aguas del planeta se cristalizaron y los animales salieron para volver a retomar sus territorios, el aire se ha limpiado y los ríos se aclararon. La madre tierra ha descansado del hombre y de sus acciones violentas y etnocidas. Las especies que el mundo indígena ha guardado ahora por primera vez en siglos se sienten libres. Esperamos que el mundo aprenda, en estos momentos, que el petróleo como el negocio más grande del mundo y el sector minero han traído muerte y destrucción no solo para los indígenas sino para el mundo como un ser viviente.
Una segunda línea de amenazas para los pueblos indígenas son los megaproyectos de infraestructura y generación de energía. Estos conllevan una desmedida construcción de carreteras, redes eléctricas, sistemas de comunicaciones, plantas hidroeléctricas, instalación de torres para transporte de energía, torres telefónicas entre otras instalaciones que requiere la tecnificación. Procesos financiados por Estados, empresas privadas y organismos internacionales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI) pero además instituciones financieras asiáticas y europeas. Estas inversiones de unos pocos han llegado a sembrar en las comunidades confrontaciones y divisiones internas, allí tienen ustedes el caso del Parque Nacional y Territorio Indígena Isiboro Sécure, TIPNIS en Bolivia o el actual proyecto del gobierno mexicano de impulsar a cualquier costo el mal llamado “Tren Maya”, ambos proyectos no solo destruirán frágiles ecosistemas sino además mantienen enfrentados a sectores de los pueblos indígenas.[21]
La tercera línea es la agroindustria, ganadería y siembras de monocultivos a gran escala. Por ejemplo, la soya, palma africana, banano, caña de azúcar, la ganadería y otros, que traen consigo un impacto ambiental que barre con los bosques, contamina las fuentes de agua por el uso excesivo e intenso de químicos y pesticidas, reduce la biodiversidad, aumenta las zonas desérticas y rompe la cadena natural de vida de los animales, mata de sed a la vida silvestre y humana e impone semillas genéticamente modificadas que junto a los pesticidas erosionan y degrada los suelos. Mientras el impacto a corto y mediano plazo en la salud de los pueblos indígenas se traduce en desnutrición, cáncer, alto número de niños que nacen con malformaciones, amenazas a la supervivencia física y cultural, y una excesiva concentración de la tierra que ocurre a través de la transferencia de tierras y recursos de los pueblos indígenas a propietarios privados, nacionales e internacionales, a través de medios ilegales pero que legalizan a través de los corruptos sistema de justicia nacionales.
Ningún Estado, rico o pobre, del primer o del tercer mundo, respeta el derecho que tenemos como pueblos al consentimiento previo, libre e informado y a la consulta de buena fe garantizado en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Es más, la consulta ha sido prostituida por Estados que han impulsado su reglamentación para que siempre beneficie a las empresas y no a los pueblos. Y la lucha porque se respeten los marcos internacionales y nacionales, como los pocos instrumentos a los que se puede recurrir en medio de la globalización económica ha traído asesinatos de hermanas y hermanos, juicios fabricados, masacres, genocidios, engaños, conflictos armados, terror estatal, apropiación intelectual y abusiva de nuestros múltiples saberes y sabidurías, y la imposición de mecanismos de mercado en espacios de vida que operan con otra dinámica y lógica.
Permítanme señalar un solo caso, el pueblo Ayoreo-Totobiegosode en Paraguay. Que es uno de los últimos pueblos que ha decidido vivir en aislamiento voluntario y algunas de sus ramas son los últimos indígenas no contactados en América del Sur, fuera de los que viven en el Amazonas. Las y los hermanos Totobiegosode a pesar de que han sido los guardianes del Gran Chaco en Bolivia, Argentina y Paraguay, en 2013 enfrentaron una de las tasas de deforestación más altas del mundo, tierra que fue destinada para sembrar pasto y producir ganado. Esto acabó con buena parte de sus espacios de vida y ejemplifica las amenazas a los que están expuestos los indígenas en el mundo, que deben aguantar desde sectas misioneras fundamentalistas, fuerzas armadas de los estados, policías privadas de las empresas (trans)nacionales, crimen organizado, hasta los depredadores de la selva.[22] Pero, además, a enfermedades para las que no tienen defensas y que los coloca en el límite de la extinción, similar a lo que el mundo está viviendo con la COVID-19. Pero también los obliga a tener que aceptar la introducción de ganado y otras especies ajenas a sus territorios por empresas extranjeras, lo que produce la acelerada pérdida de su casa que es el bosque. El pueblo Ayoreo-Totobiegosode llevó al Estado paraguayo a los tribunales y la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió medidas de protección en 2016, finalmente, luego de 26 años de lucha lograron el año pasado -en 2019- que el estado les reconociera su tierra ancestral.[23] Irónico. La misma institución que ha permitido su destrucción es la misma que se abroga el derecho absoluto de reconocimiento.
Y la cuarta línea de amenazas que mencionaré, por el tiempo, es la criminalización de las y los defensores de los derechos de la madre tierra. En 2015 fueron documentados 185 casos de defensores ambientales asesinados en todo el mundo. De ese total, 50 fueron asesinados en Brasil. De los 185, el 60 por ciento de ellas y ellos fueron ejecutados en América Latina. Y el 40 por ciento fueron hermanas y hermanos indígenas. El asesinato de nuestra hermana Berta Cáceres en 2016 fue un duro golpe para la lucha por la defensa del territorio, pero a pesar de la cobertura e indignación mundial, la muerte sigue llegando y la cifra de asesinatos ha continuado aumentando. En 2017, según Global Witness, de 207 asesinados a nivel mundial la cuarta parte fueron indígenas.[24] Somos el 5 por ciento del total de la población mundial, pero estamos poniendo la mayor cantidad de muertos por la defensa de la madre tierra.[25] Miles de mujeres y hombres indígenas están hoy bajo vigilancia, enfrentan acoso, amenazas, intimidación, ataques, detención arbitraria, demandas maliciosas a menudo financiadas por los bufetes de las corporaciones transnacionales. Aquí deseo mencionar y honrar a algunos de las y los lideres que viven criminalizados, que están o estuvieron encarcelados Lolita Chávez, Maya K’iche’ de Guatemala, Bernardo Caal Xol y Abelino Chub Caal del pueblo Maya Q’eqchi’ de Guatemala; a los líderes del Pueblo Mapuche Alberto Curamil, Álvaro Millalen, Daniel Canio, Jorge Cayupan, Pablo Trangol, José Cáceres. A las compañeras Patricia Gualinga y Salomé Aranda del pueblo Kichwa de Sarayaku Ecuador, a Agustín Wachapá y José Acacho del pueblo Shuar de Ecuador. A los hermanos del Pueblo Náhuatl de México, Dominga González Martínez, Marco Antonio Pérez, Lorenzo Sánchez, Teófilo Pérez González, Rómulo Arias Mireles y Pedro Sánchez Berriozábal.
Todas ellas y ellos representan a los miles que con dignidad resisten en las cuatro esquinas del mundo y cuya persecución evidencia la existencia de un claro y permanente patrón de criminalización que es mundial, porque mundial es el sistema de dominación y de explotación de los recursos naturales que defiende los intereses del gran capital. Y aquí también hay que cuestionar a las naciones ricas que por un lado tienen una política de cooperación, pero simultáneamente impulsan una política de inversión en nuestros recursos. Hago un llamado porque no pueden seguir manteniendo esa doble moral, no deben, por un lado, apoyar a nuestros pueblos, mientras empresas trasnacionales con sede en sus países destruyen nuestros bosques o se llevan la riqueza mineral asesinando a nuestras hermanas y hermanos e impulsando la corrupción estatal en nuestros países, donde tenemos gobiernos estructuralmente corruptos. Este sistema, esta mirada y este actuar imperial y colonial que aún existe, entre ellos y nosotros, debe de acabar de una vez y por todas. Este es el momento histórico, está es la oportunidad para hacerlo, si de veras quieren heredar un mundo para sus hijos y para nuestros hijos.
En medio de esta pandemia, reafirmo la necesidad de fortalecer mis principios Maya-K’iche’ para seguir asumiendo la vida en comunidad. Pero también para repensar la forma en que fui formada y moldeada en la escuela occidental. Cada vez más me siento obligada a problematizar dentro de mis espacios de vida, trabajo y lucha términos coloniales como “pobreza”, “desarrollo”, “industrialización” “crecimiento”, “educación”, “progreso”, “modernidad”, entre otros. Ya que estas no son categorías universales que apliquen a todos por igual, como consecuencia los organismos no pueden medirnos con los mismos instrumentos, con la misma metodología o con los mismos marcos teóricos a todos los pueblos. Problematizar esto me obliga a cuestionar ¿hasta dónde como indígenas nacimos pobres o hasta dónde el largo colonialismo de siglos convirtió a nuestras comunidades en pobres, perpetuándolas en esa posición a través de la creación de los Estado Nación? Si el momento actual está cuestionando el desequilibrio y el abuso que el capital ha hecho a la madre tierra, ¿hasta dónde queremos ser participes del retorno de ese “desarrollo” normalizado que es el que nos ha destruido? ¿hasta dónde debemos revisar los conceptos impuestos por los Estados e instituciones mundiales? Porque lo que el occidente ha considerado atraso, pobreza o subdesarrollo, es para muchos pueblos indígenas la vida, el balance y el ejercicio pleno de su cosmovisión.
Mientras elaboraba esta respuesta escuché los consejos de varias hermanas y hermanos indígenas sobre cómo enfrentar la pandemia en sus territorios, y pensé largamente en los pueblos que han optado por vivir en aislamiento voluntario. En el fondo, el que ellos vivan lejos del occidente, allí radica su riqueza. Ellas y ellos saben que en el momento en que permitan que la concepción occidental penetre sus mundos habrán perdido ese delicado y hermoso equilibrio que ahora permite que sean los únicos pueblos del mundo, totalmente auto sostenibles, que no necesiten absolutamente nada de este otro mundo que hoy llora porque se han resquebrajado sus pilares económicos que lo sostenían y, por eso, vive una pesadilla.
Esa es un poco la misma auto sostenibilidad que vivieron nuestros abuelos y nuestros padres pero que fue socavada lentamente con la introducción del abono químico y de las “semillas mejoradas” a mediados del siglo pasado y que mató nuestras tierras y con ella las producciones naturales de nuestros alimentos.
Llegó “el progreso” nos dijeron y sustituimos la hoja de mashán para envolver por las bolsas de plástico. Y vean, allí esta hoy el mar cargando nuestros desechos y miserias. Hay que dejar de ser “indios atrasados” nos gritaban y aceptamos dejar de sembrar nuestros alimentos y pasamos a sentirnos parte del “desarrollo” en la medida en que entrabamos a los centros comerciales a comprar lo que dejamos de producir, nuestro maíz, frijol, habas y vegetales. Carlos Vilas nos recuerda que para 1970 en el altiplano de mi país, en pequeñas parcelas de menos de 10 manzanas se concentraba la producción de granos básicos que alimentaban a Guatemala.[26]
De hecho, uno de los recuerdos que guarda mi mente de niña es el arrasamiento del cultivo del trigo, que recién documentó Mario Aníbal González, y que en mi región no solo nos alimentaba anualmente, sino, además, proveía de trabajo y cuidaba la tierra que se abonaba naturalmente y evitaba toneladas de basura.[27] Pero nosotros estábamos presionados por múltiples instituciones, incluyendo la escuela, la iglesia, la prensa, el Estado entre otros- para dejar de ser “indios shucos”. “Dejen de cargar la basura a sus terrenos” -nos decían- “eso es perder el tiempo, entren a la “modernidad”, paguen el servicio de extracción de basura”, hoy el relleno municipal en donde vivo ha colapsado convirtiéndose en uno de los focos más grandes de contaminación y afectando severamente los territorios, la vida y la salud de las comunidades en donde fue instalado. Hoy a la producción de comida que teníamos y que producíamos sin abono se le llama comida orgánica, es la más saludable pero también la más cara en el mercado mundial, mientras nosotros arruinamos nuestra tierra con el abono y las semillas introducidas. Hoy a la separación de la basura se le llama reciclaje y nuestros padres dejaron poco a poco de practicarlo para no avergonzar a sus hijas que íbamos a la escuela privada. Mi madre casi analfabeta pero exitosa como comerciante en su comunidad, y yo una niña atrapada en un choque de ideologías y mundos que buscaba alejarme lo más que pudiera de ese patrón que ella representaba, porque era sinónimo de “atraso” y yo quería caminar hacia el “progreso”. Y hoy ¿a quien le pedimos cuentas de la destrucción material y emocional que nos trajo a nosotros ese “desarrollo” en nuestras vidas y nuestros territorios, qué institución se hace responsable de los daños que nos infligieron en nombre de la modernidad?
¿Qué es entonces, la “pobreza”? ¿Acaso una creación, producción e instauración de criterios medibles en donde ser campesino implica no tener valor sino ser subestimado? Aún en medio de esta crisis celebramos a los médicos que tienen todo el mérito y yo me uno a este acto, pero ni siquiera nos acordamos de quienes en el campo están trabajando bajo las inclemencias diarias solo para que no falte comida en nuestra mesa ¿Por eso, se apostó desde la academia, los Estados y los organismos a la descampesinización y se impulsó la urbanización que hoy es en donde la pandemia de la Covid-19 se ha enganchado? Quizá como indígenas debemos revelarnos a que dejen de medir nuestras vidas con indicadores externos, colonizados y que no reflejan nuestras realidades.
Frente a esta pandemia, la vida indígena de antes y de ahora debemos revisarla, la introducción a nuestras vidas de un mundo que llegó a alterarnos y que hoy coloca a las mayorías como poblaciones pobres, cuando la pobreza está en la imparable voracidad del sistema económico que impulsa el despojo de nuestros últimos territorios que aún nos quedan. Si realmente se quiere acabar con la pobreza indígena, con la inequidad y la desigualdad que enfrentan las mujeres y las niñas, con la imparable migración de hermanos de distintas generaciones hacia este país, la receta es sencilla. El poder económico debe alejarse, debe dejar que los pueblos indígenas decidan por si solos cuál es el camino que desean recorrer, y toda la humanidad podrá ser testiga de la diversidad creativa para vivir que poseemos. Dejen de seguir permitiendo a través de las instituciones estatales que las comunidades sean despojadas de sus medios de vida, paren el saqueo de los recursos que posee el suelo y el subsuelo en donde vivimos, dejen de desviar los ríos, que son de todos, hacia los extensos sembradíos de monocultivos, ya no sigan bajando las montañas para extraer el oro, la plata y otros minerales, paren de perforar el océano y dejen de dividir para engañar y vencer. Allí están las soluciones parecen sencillas, pero para el sistema capitalista está en juego la generación de su riqueza, por eso, no será fácil.
En medio de esta crisis humanitaria, los pueblos indígenas a lo largo y ancho seguirán resistiendo y abriendo caminos, que profundizarán la larga lucha ancestral mediante la permanente recuperación de los territorios, seguirán luchando por el respeto al derecho a la autodeterminación, recordando siempre que tenemos proyectos de vida que poseen diferencias con el que se nos ha impuesto. Por eso, nos toca despojarnos de una cantidad de necesidades creadas que solo nos han traído hambre, excesos y dolor y nos han convertido en esclavos de un mundo al que no le importa la fraternidad, ni la colaboración sino solo la creación de consumidores.[28]
Un sistema económico mundial personificado en la agresividad y la depredación, en el boicot y los abusos, en el racismo y el machismo, en la asimilación y el despojo, en la homofobia y el cinismo, en la migración y el rechazo, en los excesos y los monopolios que han acabado jodiendo a quien nos cobija y nos alimenta. Un sistema dirigido por inmorales y acomplejados políticos, empresarios, banqueros y tecnócratas que se burlan sin piedad de quienes no apuestan a sus valores. Esperamos que muchos escuchen. Y que esta “pausa” provoque una transformación de conciencia. Por el bien de humanidad debería de ser así.
Si de esta pandemia no aprendemos a cuidar y agradecer con humildad a nuestra “Casa Grande”, a la Pachamama, a la “Loma Santa”, a la “Tierra sin mal”, o a nuestra “Madre Tierra” realmente merecemos la extinción como especie porque hoy estamos viendo que contra la madre naturaleza no podremos ir, no hay “progreso” que desvíe los designios naturales.
Agradezco a LASA y a Oxfam, al comité que me nominó y al comité de selección, y quisiera decir que en agosto de 1997 cuando falleció el profesor Martin Diskin, dejando un legado político y académico inquisitivo, y de persistencia, fue el mismo mes en que recibí mi carta de aceptación para iniciar mis estudios de posgrado en este país, cinco meses después estaba empezando mis estudios, con la profunda convicción de que mi objetivo era usar la academia como una herramienta para nuestras luchas indígenas.
Tuve la fortuna de nutrirme y crecer académicamente rodeada de un grupo de profesoras y profesores, mentores y compañeros que creían también en la importancia del accionar en la vida social y no solo en la creación del discurso. Colegas que saben que el verdadero compromiso con los pueblos debe ser firme, de largo plazo y para el resto de nuestra vida. Este desafío es el que deseo que las nuevas generaciones de activistas, defensores, estudiantes y académicos jóvenes lleven consigo. Especialmente las generaciones de hermanas y hermanos migrantes en su mayoría indígenas que llegaron por diversas tragedias y ahora viven en este país, y a las y los jóvenes indígenas de nuestros países, quienes luchan y sobreviven en medio de agudas vicisitudes. Los indígenas que están dispersos aquí con los de allá serán quienes cargaran consigo la responsabilidad de defender y luchar por un mundo que lleva siglos siendo destruido, y por eso, deben practicar día a día y aunque cueste, la colectividad, la lucha y el compromiso que mamaron en sus comunidades y en sus familias, y tratar de materializarlo a donde quiera que vayan. Nunca se avergüencen de sus orígenes indios a donde quiera que vayan, sean fuertes y no se suelten, para que no tengan que enfrentar lo que mi generación vivió.
Permítanme, entonces, conectar aquí el propósito de fondo de este premio que es el de apostar por una academia políticamente comprometida. Y aunque es difícil proponer como la academia podría construirse de manera radicalmente diferente, si seguimos “enganchados en la maquinaria,” que mencioné al inicio, entonces ¿cómo desenganchamos? Implícitamente, lo que trato de decir es que la antropología activista como se concebía, enseñaba y practicaba hace dos décadas, y que Martin Diskin usó; tuvo y sigue teniendo sus méritos, pero también hay que reconocer que no ofrece ya una agenda de transformación adecuada para el momento histórico que vivimos.
¿Qué hacer? entonces ante los dos puntos fundamentales de la crisis. Por un lado, la revelación de lo devastador del sistema y por el otro, lo que la pausa obligada está mostrándonos, como algunas líneas de un futuro diferente, menos dependencia en el consumo global; menos contaminación; más atención a formas de auto-sostenimiento y a las relaciones humanas. El dilema radica en que esta pausa está causando sufrimiento y dolor -como consecuencia de las inequidades-, por eso, un buen número de personas pobres están exigiendo que se “abra la economía” para que puedan comer. Entonces, ¿volver a la normalidad bajará el dolor para las mayorías? Si esto es así, ¿cómo apostamos a espacios alternativos quienes estamos en posiciones de privilegio relativo? Esto es complejo, porque tiene que ver con una adicción al sistema de mercado, al consumo, a la mentalidad de que no hay alternativas, para los pobres o la clase media, que es promovido por las élites. Aquí es donde la conciencia y práctica ancestral indígena entran con importancia, porque las comunidades, saben exactamente qué hacer frente a la crisis: sembrar y cosechar su propia comida, como lo han hecho por cuatro mil años. Pero al mismo tiempo, no podemos obviar la brecha entre esa conciencia, la practica indígena y la población humana (incluyendo una parte significativa de los mismos pueblos indígenas) que han sido cooptados. Entonces: ¿Cómo plantear propuestas, que no opaquen el dolor que se está viviendo pero que sí tengan la habilidad de convertirse en posibles formas resistencias de los mismos pueblos? ¿Será que nos toca trabajar en la transformación de las conciencias de quienes han sido los más “utilizados” y cooptados por el sistema?
El reto en el que estamos todos es que tenemos que ir más allá, dar los siguientes pasos que implican pasar por una crítica y auto-crítica, pero también por repensar las instituciones que nos lleven a propuestas alternativas en donde los pueblos, las comunidades, los jóvenes y las luchas de las mujeres guíen los parámetros, en donde sin duda, esos caminos serán diversos, algunos dentro de los Estados mientras otros buscaran un distanciamiento, parcial, temporal o total con los estados. Algunos serán procesos mixtos, otros autonómicos o federativos. En el mundo indígena y el mundo académico del futuro, sin duda, seguirá prevaleciendo la diversidad organizativa que hoy se intenta minimizar o trivializar pero sobre todo seguirá siendo un campo fértil para seguir cosechando, imaginando y creando.
Agradezco este honor en nombre del pueblo Maya-K’iche’ en donde nací, un pueblo que no se ha doblegado y que desde inicios del año de 1524, así como se preparó para enfrentar la primera batalla, en Xetulul, contra el sanguinario Pedro de Álvarado así hemos seguido resistiendo y hoy 496 años después no hemos sido doblegados, por eso, nuestras hijas e hijos, nuestras nietas y nietos, tienen la responsabilidad de continuar con esta lucha y los que se apartaron o aún no están deben saber que aquí les espera su lugar, aquí está su petate, aquí está su escudía y su batidor.
El premio Martin Diskin cumplió hace dos años su primer katún y el primero en recibir este honor fue nuestro querido Ricardo Falla por su caminar con las Comunidades de Población en Resistencia, CPR, que el Estado se negaba a reconocer, y por dar a conocer al mundo la forma cruel en que el ejército literalmente descuartizaba a nuestros hermanos y hermanas mayas, junto al arrasamiento de sus comunidades en las selvas de mi país. En 2012 Claudia Paz y Paz, la destacada y valiente fiscal hizo historia, no solo por ser la primera mujer en asumir ese cargo en Guatemala, sino porque se comprometió a que se investigara desde el Ministerio Público el genocidio contra el Pueblo Ixil, una demanda maya permanente, lográndose que fuera sentenciado en 2013, el general José Efraín Ríos Montt, uno de los generales más sanguinarios y temidos de América Latina del Siglo XX. Y hoy, por primera vez, este honor es concedido a una descendiente de los pueblos mayas, espero que en adelante otras hermanas y hermanos indígenas sean reconocidos por su inclaudicable lucha y por sus aportes al saber universal.
Para finalizar, deseo decir que en mi caminar me he alimentado de otras luchas de hermanas y hermanos indígenas, pero también no indígenas, que nunca soñé conocer, y que me han llenado, más que de rabia o de venganza, de mucha fuerza e inspiración, de esperanza y sobre todo de mucha ternura para no claudicar en medio, a veces de tan destrucción de nuestros entornos, de tanto racismo que enfrentamos desde que nacemos, de la continua agresión, irrespeto y violencias hacia nuestras vidas y nuestros cuerpos, hacia nuestras familias, hacia nuestros pueblos y nuestros territorios.
Maltiox chawe siguan tinamit.
[1] Quiero agradecer profundamente los comentarios que recibí de María Aguilar Velásquez, Charlie R. Hale y Jorge Ramón González Ponciano los cuales me fueron de utilidad oportuna.
[2] Para el 11 de marzo los Estados Unidos reportó 20,110 muertes el número más alto a nivel mundial mientras el total de infectados era de 1,754,457, mientras que para el 15 de mayo el número de fallecidos en USA era de más de 87,500. A nivel mundial para el mismo 15 de mayo el número de infectados superaba los 4 millones 600 mil y el número de fallecidos, también a nivel mundial superaba los 308 mil personas, según la pagina de la Universidad Johns Hopkins.
[3] https://instituciones.sld.cu/hfandrade/2020/05/04/transmision-asintomatica-y-presintomatica-del-sars-cov2-la-cara-oculta-de-la-covid-19/
[4] El 15 de abril, que era el Junlajuj E, la humanidad superó los 2 millones de personas contagiadas.
[5] La discusión política dentro de Estados Unidos por la pandemia ha sido álgida, por ejemplo, Hillary Clinton, dijo, que la pandemia “está teniendo un impacto desproporcionado en las líneas del frente: en las mujeres que trabajan, en las mujeres que cuidan de los demás, en las mujeres que sostienen el hogar mientras pasamos por esto juntas”. Agregó: “Solo piense en la diferencia que haría en este momento si tuviéramos un presidente que no solo escuchara la ciencia, pusiera los hechos sobre la ficción, sino que nos uniera”. En la misma línea las criticas del expresidente Barak Obama son cada vez más públicas https://www.sandiegouniontribune.com/en-espanol/noticias/story/2020-05-16/obama-critica-respuesta-de-gobierno-de-eeuu-al-coronavirus
[6] http://herzog.economia.unam.mx/profesores/blopez/valoracion-swamish.pdf
[7]https://www.youtube.com/watch?v=1l3BdbH-Jgs
[8] https://www.gt.undp.org/content/guatemala/es/home/presscenter/pressreleases/2020/04/29/covid-19--nuevas-tablas-de-datos-del-pnud-revelan-enormes-difere.html?fbclid=IwAR1GpK8Xrycpql_m1O1f8AA8oS483WnudJ-gqgQ2Fx-lyqDfsAL5Vfcghus En este informe el PNUD alertó de las enormes diferencias entre las capacidades de los países para enfrentar la Covid-19, señalando que se está ante una crisis sistémica del desarrollo humano.
[9] https://www.elmundo.es/internacional/2020/04/01/5e84d472fdddffd4618b45c6.html
[10] http://www.5septiembre.cu/crisis-sanitaria-podria-herir-de-muerte-union-europea/
[11] Italia propuso los coronabonos, que también respaldaba España y Francia, pero que chocó con el rechazo de países como Alemania o los Países Bajos.
[12] https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2020/04/the-pandemic-exposes-indias-two-worlds/609838/
[13] https://www.youtube.com/watch?v=RiOxELt8DtY
[14] https://elpais.com/internacional/2020-05-06/los-indigenas-de-la-amazonia-lanzan-un-sos-para-reclamar-proteccion-ante-la-pandemia.html
[15] https://www.cepal.org/en/publications/7115-pueblos-indigenas-indigenous-people
[16]https://c402277.ssl.cf1.rackcdn.com/publications/889/files/original/LIVING_AMAZON__REPORT_2016_MID_RES_SPREADS.pdf?1465588596
[17] https://medium.com/@PrensaComunitar/carta-abierta-a-la-sagrada-madre-tierra-206a57fb7fc5
[18] Para la presentación de los cuatro desafíos aquí presentados quiero agradecer el apoyo en investigación de mi colega Aileen Ford.
[19] Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), based on the registry of extractive industry projects in indigenous territories, Support Project for the United Nations Special Rapporteur on Indigenous Peoples, University of Arizona. Cited in Altomonte and Sánchez, 2016.
[20] Véase el caso Chevron-Texaco.
[21] Cuadernillo “TIPNIS, la resistencia es dignidad.” Territorios en Resistencia: Bolivia sin fecha.
[22] https://elpais.com/elpais/2018/06/25/album/1529962056_988282.html#foto_gal_1
[23] https://www.survival.es/noticias/12126
[24] https://www.globalwitness.org/en/
[25] https://elpais.com/elpais/2018/07/23/planeta_futuro/1532363870_921380.html
[26] En Guatemala la Costa Sur concentró el auge agroexportador con sólo 13% de la superficie nacional, generaba a fines de la década de 1970 entre 40% del producto agrícola del país. La producción de granos básicos se concentraba en cambio en el Altiplano Occidental, en el que predomina el minifundio: 50% del área de esa región correspondía a fincas de menos de 10 manzanas, mientras que a nivel nacional esas fincas representaban sólo 19% (Hintermeister 1982:18). Carlos Vilas, Mercados, Estado y Revoluciones. Centroamérica 1950–1990. México 1994. El autor analiza como la modernización capitalista de Centroamérica fue apoyada por principalmente por el BID y el BM.
[27] Nacimiento, Vida y Muerte del Trigo en Guatemala. 2019. Mario Anibal González USAC, CUNOC.
[28] https://elpais.com/cultura/2020-04-11/edgar-morin-vivimos-en-un-mercado-planetario-que-no-ha-sabido-suscitar-fraternidad-entre-los-pueblos.html