Estado de calamidad, calamidad de Estado
Por Carlos Fernández del Cid
Mientras el mundo apuesta por el #DistanciamientoSocial y medidas agresivas para disminuir los impactos de la recesión global inminente enfocados en empresas y ciudadanos comunes, los gobiernos en países denominados del tercer mundo permanecen inmóviles. La principal apuesta de los políticos latinoamericanos parece ser hasta el momento, el análisis superficial de las cifras en los países del primer mundo, que muestran un alto impacto de mortalidad por contagio del #COVID19 en población de la tercera edad.
Europa se caracteriza primordialmente porque su pirámide poblacional tiene una base ancha en grupos mayores a 60 años. América Latina y otros países del tercer mundo en otros continentes, comparten la característica de una pirámide poblacional inversa, es decir con una base ancha en grupos comprendidos en las edades jóvenes y que se contrae sustantivamente en lo relativo a adultos de 50 años o más.
Podemos inferir que la conducta displicente de los mandatarios de la región obedece a una lectura tácita de las cifras actuales, pero ese es un error que se pagará con creces, en tanto el comportamiento de una enfermedad con la virulencia del COVID-19 es desconocido y aún más, en poblaciones con las vulnerabilidades características de una Latinoamérica en la que predominan el hacinamiento, desnutrición, falta de acceso al agua (vital para el lavado de manos en estos momentos), poca educación, pobreza generalizada y gobiernos corruptos con poca o nula inversión social.
Aventurarse a dar una cifra de muertos en el tercer mundo es arriesgado, pero podemos intuir que será de proporciones grotescas. La marginalidad generada por décadas de corrupción e intencionado olvido hacia las necesidades básicas de la población, están a punto de estallar en la cara de una clase política y empresarial, la cual más que despiadada, es criminal.
América Latina vivió conflictos armados que entronizaron a las oligarquías más retrogradas del planeta en los gobiernos de sus respectivos países, representadas por políticos serviles que redujeron a su mínima expresión al mismo Estado que juraron defender durante sus campañas electorales, en aras de los grandes negocios de una pequeña clase que acumula la mayor parte de las riquezas. El mismo empresariado que ha apostado al debilitamiento sistemático del Estado, es el que en momentos de crisis como la que actualmente ha generado el COVID-19, recurre para extraerle a costa de los contribuyentes beneficios fiscales y exenciones para el enriquecimiento de quienes además constituyen el grupo de mayores evasores de impuestos.
El #COVID19 vino para quedarse y como se ha escrito ya bastante por otros medios, el mundo no será el mismo después de esta crisis; la economía global ha colapsado y las rutas comerciales permanecerán cerradas por un largo periodo de tiempo ante el inminente riesgo de contagio y rebrote del virus. Cualquier paso hacia adelante que se de para abrir los mercados, tiene implícito cuatro hacia atrás en la lucha para controlar la expansión del virus.
Además, los gobiernos parecen haber puesto en muy bajo volumen del diálogo y análisis de la pandemia, la variable de mutación del virus que tirará por la borda los 18 meses que, en el mejor de los escenarios, les tomará fabricar y distribuir la vacuna contra el #COVID19, claro está, disponibilidad exclusiva en su primera fase para el primer mundo porque para el tercero, la cosas pueden tardar un poco más.
Es muy probable que cuando salga la vacuna, nos enfrentemos al COVID19–1.1, COVID19–1.2 o COVID2020 recargado y que la crisis económica global en ese momento, haga estallar conflictos entre las potencias occidentales y los países asiáticos, a quienes se les atribuye la responsabilidad del contagio masivo. Es decir, que existe la posibilidad que todo este embrollo del #COVID19 derive en una oportuna guerra entre “los aliados” y el nuevo enemigo de “amarillos come murciélago”. No sería la primera vez que una recesión mundial termine en un conflicto global, que diezme a otra buena parte de empobrecidos que, en la defensa de los ideales impuestos por los intereses transnacionales, luchen y mueran, no sin generar grandes ganancias para los que siempre se han enriquecido de la venta de armas.
Pero ese es un futuro lejano. Mientras tanto podemos hablar de lo que ocurrirá en el más cercano de los tiempos y que se relaciona con el dichoso #DistanciamientoSocial. Podemos antelar que dicha medida no durará mucho, al menos en los países del tercer mundo, donde el Estado es débil, ausente y corrupto. La gente saldrá a trabajar en corto. La elección será entre morir de hambre o de neumonía ocasionada por el #COVID19.
En el tercer mundo seremos los primeros en optar por la autoinmunización por exposición repetida al patógeno, claro está, mucha gente morirá porque como ya se dijo antes, el impacto del virus en poblaciones jóvenes es de momento desconocido y la historia de las pandemias nos recuerda, que los virus no exterminan necesariamente a todas las personas y eventualmente, se terminará desarrollando defensas.
Si usted del empresariado guatemalteco y lo dicho antes le da un motivo para sonreír y frotarse las manos, lamento informarle que no va a ser tan fácil ese retorno a la normalidad con muerte masiva que incluye a miembros de tan deleznable casta. La historia también nos dicta que el descontento social se incrementará exponencialmente y que el Estado como lo conocen y expolian, tendrá cambios radicales.
Tanta pestilencia a muerte es al final del día su responsabilidad simbólica y la gente, no los va a dejar en paz, sobre todo porque los ancianos que preveían como bajas obligatorias y sin impacto para sus empresas, son quienes han criado a los jóvenes que explotan en sus negocios ante la ausencia de sus padres biológicos que, en muchos, casos migraron a los Estados Unidos en búsqueda de un mejor futuro y que en el marco de la actual crisis económica y de salubridad mundial, es muy probable que pasen a formar parte del ejercito de desempleados en ese país. Como corolario del COVID-19 y sus impactos en la economía norteamericana, el sistema financiero guatemalteco verá desaparecer de golpe unos 10.5 millardos de dólares, cifra percibida durante 2019 en concepto de remesas.
En ese contexto, podemos pensar que Alejandro Giammattei no terminará su periodo presidencial porque el descontento social podría no permitírselo o sea porque la esclerosis que padece lo hace vulnerable al virus y parece no perdonar a nadie sea del estrato social que sea. Giammattei, tuvo la oportunidad de enviar un mensaje poderoso o al menos claro, como sí lo hizo Nayib Bukele en El Salvador, quien apostó a un proyecto de nación y no empresarial. El bono de credibilidad de Bukele es desde ya su salvavidas cuando la crisis decaiga, la pobreza apriete o necesite tomar otro tipo de decisiones en el marco de la pandemia.
Giammattei optó por convertirse exactamente en lo que a gritos emotivos rehuía cuando era candidato presidencial: “no quiero ser reconocido como otro hijueputa más en la historia de este país…” y oh sorpresa, así pasará a la historia, eso si de la mano del maquilero Antonio Malouf, ministro de economía, quien actualmente ostenta el mismo desafecto popular que la ex ministra de relaciones exteriores Sandra Jovel en su momento.
Malouf es el rostro visible del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Industriales y Financieras -CACIF- en el gobierno de Giammattei y a quien se le atribuye el retroceso en las políticas gubernamentales para la contención del virus. Malouf y el nicaragüense Juan Carlos Tefel presidente del CACIF, encarnan de momento al monstruo que mantuvo maquilas, call centers, centros comerciales, impedir cerrar el aeropuerto y otros negocios no esenciales funcionando durante la actual etapa de que epidemiólogos catalogan como de infestación. Algunos de estos lugares fueron cerrados, solo cuando los jóvenes armados con sus celulares enviaron audios y denuncias anónimas ante las condiciones de insalubridad a las que fueron expuestos en algunos centros de llamadas.
De momento podemos prever que los impactos del COVID-19 serán tangibles en días próximos y veremos, si la apuesta por denominar al virus como una “gripona” fue acertado o un suicidio político en una evidente calamidad de Estado intentando administrar, un Estado de Calamidad.