Apuesta por la comunidad
Por Pablo Sigüenza Ramírez
A finales de los años 70 e inicios de los 80 del siglo pasado, una de mis dos abuelas fue jefa del taller de costura del seguro social, en las instalaciones de Pamplona, zona 12 de Ciudad de Guatemala. Además de las batas para enfermos, ropa para el personal médico y sábanas para las camas, mi abuela dirigía la confección de miles de pañales de manta, camisitas para recién nacidos, fajuelas y mantitas para el frío. Prendas destinadas para vestir a las pequeñas crías de las trabajadoras y trabajadores, cubiertos por el seguro social, al momento de dejar el hospital y afrontar la precaria vida en los barrios obreros y asentamientos insalubres que fueron conformando la ciudad.
La fórmula del seguro social es sencilla: sus recursos se forman a partir de tres fuentes: una fracción del salario del trabajador o trabajadora, una cuota del empleador por cada trabajador o trabajadora y una cuota desde el Estado, proveniente de los impuestos que todos y todas pagamos. Mi abuela era feliz con su tarea de costurera, la recuerdo en su máquina de coser, pero además aportaba al engranaje del seguro social como idea colectivista de la vida en sociedad.
Yo nací en el IGSS de Pamplona. Dice mi mamá que horas antes del parto, visitó a mi abuela en el taller de costura y se entretuvo en el ejercicio de desenrollar los enormes cilindros de tela como paso anterior al corte según los moldes de las pequeñas piezas de vestir. Es hermoso imaginarte a punto de salir al mundo y a tus dos ancestras en una labor de cuidado comunitario, colectivo. Ojalá la práctica de la comunidad, tan ancestral como la milpa en estos territorios de IximUlew, prevalezca ante la rapiña de las clases dominantes, en estos aciagos días de pandemia y avaricia oligárquica.
